La consigna popular «ni Vizcarra ni Merino», es un signo clarísimo de que aspiramos a más y merecemos mejores gobernantes, manifiesta el licenciado en Ciencia Política.
Alejandro Martorell, licenciado en Ciencia Política.
Por el bienestar general de la nación, el Congreso de la República [hoy despojado de legitimidad, objeto de feroces críticas y del desprecio popular] tiene el deber irrenunciable de escoger, entre sus integrantes y producto del consenso, al más capacitado para conducir al país.
Un presidente debe ser inteligente ya que administra lo impredecible, lo no previsto, lo que escapa de la regularidad. Un gobernante por tanto, para que pueda juzgar y resolver acertadamente los problemas actuales, debe tener siempre una mirada más amplia, un entendimiento claro. Y a estos atributos intelectuales, debemos unirle: capacidad de persuasión, recta formación moral, conocimiento profundo de la realidad nacional, auténtico comportamiento democrático, respeto ilimitado por la separación de poderes. Debe estar firmemente comprometido en defender la supremacía de las normas constitucionales, tener una profunda vocación de servicio. Que pueda instruir, despejar dudas, enseñar con el ejemplo, ser fuente de inspiración para jóvenes, ser admirado en el plano internacional por la sensatez e intachable conducta. No buscar la desintegración nacional ni el enfrentamiento incesante entre peruanos, sino la armonía social, promover la sana convivencia y la unidad nacional.
Vizcarra [el principal promotor del desprestigio de nuestra Asamblea Representativa], mediante sucesivos discursos incendiarios – antes y después de la disolución del Congreso – multiplicó esfuerzos para dividir maliciosamente el escenario político, esparciendo la semilla de la discordia entre el pueblo, al intentar conducir el rencor popular hacia el Congreso. Él se presentaba como el “representante de los intereses nacionales, la decencia personificada” y presentaba [con un método nauseabundo] al Congreso, como “el origen de todos los males, la fuente de la corrupción, los verdaderos enemigos del interés nacional”. Esa fue la despreciable estrategia discursiva que durante su mandato, Vizcarra utilizó para hacer política.
Merino [hoy recibe la desaprobación unánime y como ejerció la presidencia, es el responsable político de la tragedia: ya que toda muerte es una tragedia]. La represión de las fuerzas del orden – incrementará o disminuirá – siempre por un mandato directo de los que ejercen el poder. Por tanto, la represión policial en las manifestaciones populares, siempre es una decisión política. La violencia, tanto física como verbal, es una medida que traerá todo, menos concordia interior.
La sangre de la juventud hierve de indignación. Hay un elemento que caracteriza estas manifestaciones: el hondo sentimiento de indignación que moviliza a todo corazón que aspira a ser recto y bien intencionado, y a toda inteligencia que comprende que merecemos algo mejor. La consigna popular ´ni Vizcarra ni Merino´, es un signo clarísimo de que aspiramos a más y merecemos mejores gobernantes. Es momento de no ver al compatriota como un enemigo, sino como un aliado en la interminable lucha del progreso intelectual y moral de nuestro pueblo.