El papa Francisco proclamó este domingo santos a los pontífices Juan Pablo II y Juan XXIII, ante una multitud congregada en la plaza de San Pedro para asistir a una jornada histórica para la Iglesia católica.
(Youtube: ROME REPORTS)
Juan Pablo II y Juan XXIII fueron proclamados santos en una ceremonia concelebrada por el Papa Francisco y el papa emérito Benedicto XVI, junto con cardenales y obispos, en un acto seguido por centenares de miles de de peregrinos en Roma en todo el mundo.
La Plaza San Pedro también contó con la presencia de miembros de las 122 delegaciones extranjeras, con 24 jefes de Estado y 10 jefes de Gobierno.
Se lucen los tapices de Juan Pablo II y Juan XXIII colgados en la fachada de la basílica de San Pedro, los mismos que se utilizaron en sus beatificaciones.
Los días que se han asignado para la veneración son el 11 de octubre para Juan XXIII y el 22 de octubre para Juan Pablo II.
Esta ceremonia comenzó con una ligera lluvia, pero tras la proclamación salió el Sol.
A las 9.30 horas (de Roma), llegó a la Plaza de San Pedro el Papa emérito Benedicto XVI, recibido con una fuerte ovación, y se situó en el sector izquierdo, junto al resto de concelebrantes.
El Papa Francisco acudió a saludarlo al inicio de la ceremonia, fundiéndose en un cariñoso abrazo, así como al final, para estrecharle las manos, gesto que Benedicto XVI correspondió sonriente, según informas Europa Press.
Tras la proclamación, durante la homilía, el Papa Francisco destacó que San Juan XXIII y San Juan Pablo II fueron dos “sacerdotes, obispos y papas del siglo XX”, que “conocieron las tragedias del siglo XX”, pero “no se escandalizaron”.
Así, el Pontífice ha destacado que Karol Wojtyla y Angelo Giuseppe Roncalli no se abrumaron “porque fueron dos hombres valerosos, llenos de la fortaleza del Espíritu Santo, y que dieron testimonio ante la Iglesia y el mundo de la bondad de Dios, de su misericordia”.
Expresó, además, que ambos “tuvieron el valor de mirar las heridas de Jesús, de tocar sus manos llagadas y su costado traspasado” y que “no se avergonzaron de la carne de Cristo, ni se escandalizaron de él, ni de su cruz”.