Esta mañana en la catedral, la diócesis de Tacna y Moquegua realizó una misa oficiada por Monseñor Marco Antonio Cortéz Lara en memoria de San Juan María Vianney, patrono de los sacerdotes católicos del mundo.
Como se sabe, el Papa Benedicto XVI declaró el 2009 como Año Sacerdotal con el tema: "Fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote", por lo que proclamó a San Juan María Vianney "patrono de todos los sacerdotes del mundo", al conmemorarse 150 años de la muerte.
En la homilía Monseñor Marco Antonio Cortéz Lara hizo un pedido a los párrocos para que lleven por un buen camino a los fieles de la iglesia católica.
Juan María Vianney nació en Dardilly, en Lyon, Francia, en 1786, afines del siglo XVIII, la revolución francesa no permite a nadie rezarle a Dios en público por lo que su familia escuchaba misa en un granero fuera de la ciudad, la pena para los sacerdotes sorprendidos celebrando misa era la guillotina.
Vianney desde niño hizo suya la voluntad de dedicarse totalmente a Dios en el sacerdocio, a los 17 años logra ir por primera vez a la escuela, donde con la ayuda de un sacerdote amigo que cree en su vocación, trata de seguir los estudios, aunque con resultados pobres.
Las dificultades se hacen insuperables cuando en el seminario estudia filosofía y teología, sin embargo Juan María no se rinde, acepta toda humillación, y en Grenoble, en 1815, a la edad de 29 años, finalmente es ordenado sacerdote.
Es nombrado párroco de Ars, en la diócesis de Belley, de allí el sobrenombre Cura de Ars, en donde permaneció por casi 42 años en los cuales hizo florecer en modo admirable, una predicación eficaz, la mortificación, la oración, la caridad, por lo que numerosas son las almas que se dirigen a él, que pasa horas y horas en el confesionario.
En 1859 termina sus días en el abrazo del Señor luego de una ardua labor en el sacerdocio, antes de que Pío IX lo inscribiese en el albo de los Santos en 1925 y lo proclamase Patrono del clero.
Juan María Vianney deja como ejemplo a todos los sacerdotes la posibilidad de la santidad al interno de un ministerio ordinario, sin hacer nada excepcional, sino al vivir cada instante solamente como hombre de Dios.